La construcción de nuestra libertad nos pertenece: entre todos, día a día.
martes, 27 de septiembre de 2011
jueves, 22 de septiembre de 2011
"La ilusión socialdemócrata", Immanuel Wallerstein
La socialdemocracia tuvo su apogeo en el periodo de
1945 a finales de los años sesenta. En ese entonces, representaba una ideología
y un movimiento que estaba en favor de utilizar los recursos del Estado para
garantizar que hubiera alguna redistribución para la mayoría de la población en
varias maneras concretas: la expansión de las instalaciones educativas y de
salud; la garantía de niveles de ingreso de por vida mediante programas que
apoyaran las necesidades de los grupos sin empleo con salarios, particularmente
los niños y los ancianos; programas para minimizar el desempleo.
La socialdemocracia prometía un futuro siempre mejor
para las futuras generaciones, una suerte de elevación permanente del nivel de
los ingresos nacionales y familiares. A esto se le llamaba estado de bienestar.
Era una ideología que reflejaba la visión de que el capitalismo podía
reformarse y asumir un rostro más humano.
Los socialdemócratas fueron más poderosos en Europa
occidental, Australia y Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos (donde se les
conocía como demócratas del Nuevo Trato/New Deal). En resumen, su ámbito fueron
los acaudalados países del sistema-mundo, aquéllos que constituían lo que
podría llamarse un mundo pan-europeo. Eran tan exitosos que sus oponentes de
centro-derecha también reivindicaron el concepto de estado de bienestar.
Solamente intentaron reducir sus costos y su extensión.
En el resto del mundo, los estados intentaron
brincar a esta carreta mediante proyectos de desarrollo nacional.
La socialdemocracia fue un programa sumamente
exitoso durante este periodo. Lo sostuvieron dos realidades de los tiempos: la
increíble expansión de la economía-mundo, que creaba los recursos que hacían
posible la redistribución, y la hegemonía de Estados Unidos en el sistema-mundo,
que garantizaba la relativa estabilidad de su aplicación y, sobre todo, la
ausencia de violencia seria dentro de esta zona de riqueza.
La imagen rosa no duró. Las dos realidades llegaron
a su fin. La economía-mundo dejó de expandirse y entró en un prolongado
estancamiento, en el que todavía seguimos viviendo. Y Estados Unidos comenzó su
larga, aunque lenta decadencia como poder hegemónico. Estas dos nuevas
realidades se han acelerado considerablemente en el siglo XXI.
La nueva era que comenzó en los años setenta vio el
fin del consenso centrista mundial acerca de las virtudes del estado de
bienestar y del desarrollo manejado por el Estado. Lo remplazó una nueva
ideología, más hacia la derecha, llamada de varias formas, neoliberalismo o del
Consenso de Washington, que predicó los méritos de confiar en los mercados más
que en los gobiernos. Se decía que este programa se basaba en una supuesta
nueva realidad de globalización para la cual no hay alternativa.
Implementar los programas neoliberales pareció mantener
niveles elevados de crecimiento en los mercados de valores, pero al mismo
tiempo condujo al mundo a escalas crecientes de endeudamiento y desempleo y a
más bajos niveles reales de ingreso para la vasta mayoría de las poblaciones.
Sin embargo, los partidos que eran los bastiones de los programas de
centro-izquierda, o socialdemócratas, se movieron hacia la derecha, sesgando o
erosionando su respaldo al estado de bienestar y aceptando que el papel de los
gobiernos reformistas tenía que reducirse considerablemente.
Aunque los efectos negativos para la mayoría de la
población se sintieron aun dentro del rico mundo paneuropeo, se sintieron mucho
más agudamente en el resto del mundo. ¿Qué habrían de hacer sus gobiernos?
Comenzaron a sacar ventaja de la relativa decadencia económica y geopolítica de
Estados Unidos (y a nivel más amplio del mundo paneuropeo), enfocándose a su
propio desarrollo nacional. Utilizaron el poder de sus aparatos estatales y sus
menores costos generales de producción para volverse naciones emergentes.
Mientras más de izquierda era su discurso y aun su compromiso político, más
estuvieron decididos a desarrollarse.
¿Funcionará esto para ellos como alguna vez funcionó
el mundo paneuropeo del periodo posterior a 1945? No es nada obvio que les
funcione, pese a las notables tasas de crecimiento de algunos de estos países
–en particular el llamado BRIC (Brasil, Rusia, India, China– en los últimos
cinco o diez años. Porque existen algunas serias diferencias entre el estado
actual del sistema-mundo y aquél del periodo inmediatamente posterior a 1945.
Primera. Los niveles reales de los
costos de producción, pese a los esfuerzos neoliberales por reducirlos, son de
hecho considerablemente mayores de lo que eran en el periodo posterior a 1945, y
amenazan las posibilidades reales de la acumulación de capital. Esto hace al
capitalismo un sistema menos atractivo para los capitalistas, y los más
perceptivos de ellos están buscando modos alternativos de garantizar sus
privilegios.
Segunda. La capacidad de las
naciones emergentes para incrementar a corto plazo su adquisición de riqueza le
ha provocado un gran desgaste a la disponibilidad de los recursos –que ya no
pueden cubrir sus necesidades. Por tanto, esto ha creado una carrera que crece
siempre por adquirir tierras, agua, alimentos y recursos energéticos, lo que no
sólo está conduciendo a fieras luchas sino que también está reduciendo la
capacidad mundial de los capitalistas para acumular capital.
Tercera. La enorme expansión de la
producción capitalista ha creado por fin un serio desgaste de la ecología
mundial, a tal punto que el mundo entró en una crisis climática cuyas
consecuencias amenazan la calidad de vida de todo el planeta. También ha
promovido un movimiento en pos de reconsiderar fundamentalmente las virtudes
del crecimiento y el desarrollo, como objetivos económicos. Esta demanda
creciente de una perspectiva civilizatoria diferente es lo que se está llamando
movimiento en pro de un buen vivir en América Latina.
Cuarta. Las demandas de los grupos
subordinados en pro de un grado real de participación en los procesos de toma
de decisiones en el mundo, han llegado a dirigirse ya no sólo a los
capitalistas sino también a los gobiernos de izquierda que promueven el
desarrollo nacional.
Quinta. La combinación de todos
estos factores, más la decadencia visible de la otrora potencia hegemónica, ha
creado un clima de fluctuaciones constantes y radicales tanto en la
economía-mundo como en la situación geopolítica, lo que tiene el resultado de
paralizar a los empresarios y a los gobiernos del mundo. El grado de
incertidumbre –no sólo la de largo plazo sino una de muy corto plazo– ha
escalado marcadamente, y con ésta, el nivel real de violencia.
La solución socialdemócrata se ha vuelto una ilusión.
La cuestión es lo que remplazará para la vasta mayoría de las poblaciones del
mundo.
Traducción:
Ramón
Vera Herrera
©
Immanuel Wallerstein
Tomado de: "La Jornada"
martes, 20 de septiembre de 2011
"La violencia es fruto de la pobreza" (entrevista con Enrique Dussel)
Autor: Alicia Hopkins
El reconocido filósofo advierte sobre la responsabilidad que
tiene el pueblo como sujeto de la transformación de la historia, lanza una dura
crítica al neoliberalismo y comenta el discurso “por la paz” de Javier Sicilia.
FOTO: Octavio Hoyos
Autor de libros como Filosofía de
la liberación y 20 tesis de política, Enrique Dussel (Mendoza, Argentina, 1934)
llegó a nuestro país en 1975 como exiliado político y actualmente es ciudadano
mexicano. Profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la
Universidad Autónoma Metropolitana, es uno de los fundadores del movimiento
Filosofía de la Liberación. Crítico de la modernidad, su trabajo se centra
sobre todo en los campos de la ética y la filosofía política. En esta
conversación, reflexiona, entre otros temas, sobre la violencia que actualmente
se vive en México, sobre la legalización de las drogas y el movimiento social
encabezado por el poeta Javier Sicilia.
¿Cómo percibe, desde la filosofía, la violencia que se vive en nuestro
país?
La filosofía latinoamericana que
yo practico —la Filosofía de Liberación— parte de los oprimidos y de los
excluidos. Acontece que la situación mexicana se va agravando cada vez más,
como cumpliendo aquel adagio que dice: “¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan
cerca de los Estados Unidos!” La parte de América Latina que está lejos de
Estados Unidos, va saliendo y bastante bien, y en el caso de Brasil, mucho más.
Va respondiendo a exigencias populares, defendiendo principios nacionalistas,
no entregándose a los imperativos de Estados Unidos. México, en cambio, más y
más, y desde el Tratado de Libre Comercio, ya de una manera violenta, se ha
entregado a una competencia imposible con Estados Unidos. La política bancaria
de los préstamos y su salvajismo, el Fobaproa y lo que siguió —que es lo que
ahora está sufriendo, muchos años después, Grecia, y ya sabemos lo que le va a
pasar— ha sumido a México en una pobreza enorme, fruto de una representación
política inescrupulosa y corrupta. Eso hace que el país se encuentre en una
crisis económica, de pobreza política, de corrupción cultural, de negación de
sus propios principios, de educación pública en manos de sindicatos charros.
Realmente no se ve ninguna posibilidad próxima futura de salir de esto, sino al
contrario, se va a ir agravando.
¿Se puede hablar de una violencia justa o de una violencia que no
ataque los principios de la ética, qué puentes tiende la filosofía de la
liberación dusseliana entre la violencia y la justicia?
Habría que empezar por distinguir
varias cosas. La palabra violencia viene de violar o de vir, que significa
fuerte. Violencia, en su sentido éticamente negativo, significa violar el
derecho del otro.
Hidalgo, al convocar un ejército de liberación en México contra el ejército español, ¿cometió un acto de violencia contra el derecho del otro?
Hidalgo, al convocar un ejército de liberación en México contra el ejército español, ¿cometió un acto de violencia contra el derecho del otro?
No, porque España no tenía
derecho de hacernos colonia. Lo que él hizo organizando un ejército, fue un
acto de coacción legítima defendiendo al inocente, que la ética valúa como acto
heroico. Washington también tuvo que luchar contra los ingleses, en las
batallas tuvo que matar a algunos, pero nadie llama a Washington asesino, sino
héroe de la patria.
Hoy, en cambio, la cuestión es
completamente distinta. Cuando hablamos de violencia, es la violencia que se ha
establecido entre los grupos de sicarios. Ellos ejercen una violencia
completamente injusta, corrompida por el business de la droga articulado
perfectamente con el capitalismo norteamericano, donde el lavado de dinero en
los grandes bancos es parte normal de la acumulación de riqueza. Pero junto a
ésta, hay otra violencia que ya no está ligada a la droga, sino que es
provocada por una teoría económica estudiada en Estados Unidos, que produce la
destrucción del campo, la inexistencia de la industria, el desempleo y,
entonces, la juventud, para poder vivir, debe dedicarse al crimen.
Acaban de cumplirse 40 años desde que Nixon inició el enfoque combativo
a las drogas y no parece augurarse ninguna victoria. ¿Qué posición toma usted
en el debate sobre la legalización de las drogas?
Yo recuerdo muy bien que cuando
se lanzó la lucha que prohibió la droga, se entendió que era un sustituto de la
lucha neocolonial de Estados Unidos en América Latina y la presencia del
ejército norteamericano con sus bases. Se descubrió el negocio gigantesco que
era y entonces se incrementó y sirvió para un doble fin: la presencia militar y
el negocio de la venta de armas. Si las drogas, algunas o todas, se legalizan,
pierden precio y entonces ya no es tan negocio. Si se usara el dinero en
mostrar el daño cerebral que hace y en educación en masa para la juventud,
entonces se harían las cosas con otros fines. Vamos a terminar en eso, como con
el alcohol. Es cuestión de tiempo. Pero tiene que ser una medida adoptada por
todos los países, que no pase como en Holanda que legalizó, pero hizo un oasis
donde los drogadictos se reúnen. Esa tampoco es la solución, tiene que ser más
general, más generacional.
Hay un debate sobre la naturaleza humana que gira en torno a la
violencia, una de las partes sostiene que la violencia humana es producto de
nuestra propia naturaleza animal, la otra afirma que la violencia humana es
producto de la historia. ¿Cómo responde a este debate la filosofía de la
liberación?
Dijo Hobbes “Homo homini lupus” —en
realidad, esta frase es de Plinio—. Para el hombre, el lobo es un animal
peligroso; entonces, si un hombre o un ser humano toma la función del lobo en
la especie humana, destruye a los otros hombres. En realidad, el lobo no es
lobo para el lobo, es el animal más cariñoso, más afectivo y más defensivo de
su especie. Si el hombre fuera como el lobo para el lobo, sería un animal
completamente solidario. Lo que pasa es que un cierto darwinismo social nos
está haciendo creer que el ser humano es egoísta, competitivo, como en el
mercado. Si la especie humana fuera así, habría desaparecido hace cientos de
miles de años. Hay gente que es autista, egoísta, pero no puede ser la mayoría.
Nos olvidamos de los millones de actos cotidianos de la gente solidaria que es
la que hace funcionar el mundo. La que cada mañana se levanta para ir a
trabajar y sonreír a la gente y decir “buenos días”, la madre que alimenta al
hijo y el profesor que da su clase por amor a sus discípulos y todos los demás.
No estoy de acuerdo en esa antropología implícita del capitalismo liberal que
nos hace creer que somos seres individuales, competitivos. No puede ser, el ser
humano no es lobo para el ser humano y, si lo fuera, habría desaparecido como
especie hace muchos millares de años.
¿Cómo pensar la liberación en un país aterrado por la violencia de la
guerra contra el narcotráfico?, ¿dónde quedan la lucha de clases y el
pensamiento revolucionario?
Esta violencia es fruto de la
pobreza, de élites que se han enriquecido desproporcionadamente, empobreciendo
a las mayorías. Lo que quieren justamente es que la población asustada abandone
lo público y se atrinchere en lo privado. Esto se logra por el miedo y toda
dictadura crea miedo. Entonces, la gente, al tener miedo querría la paz, pero
la paz se va a lograr sólo después de perder el miedo, lo que hay que hacer es
salir a la calle; como han salido los jóvenes en Egipto, en Túnez, en Atenas,
en Madrid y otros muchos que van a seguir saliendo; entre nosotros, Javier
Sicilia ha salido a la calle.
Hay un tema político de fondo: la
representación democrática liberal se ha corrompido porque el pueblo no puede
juzgarla, fiscalizarla. La única manera para que el pueblo pueda juzgarla es
asumiendo su responsabilidad pública e institucional. El único país que ha
institucionalizado constitucionalmente la participación es Venezuela. El asunto
es institucionalizar la participación, éste es el gran reto mundial, y en
México ni hablar. Este es es el tema de fondo del siglo XXI. El pueblo va a
tener que ir tomando responsabilidades.
¿Qué opinión le merece el discurso en torno al perdón de Javier Sicilia
y el diálogo que mantiene con el gobierno?
Empecemos por el perdón. El
perdón exige algunas condiciones objetivas para su cumplimiento. Como hacen los
indígenas: “tú mataste a una persona, bueno, la condición del perdón va a ser
que trabajes la tierra del muerto y alimentes a su familia”. Entonces, el
asesino empieza a recobrar una dignidad en el pueblo porque, al menos ahora,
tiene un mérito, está alimentado a una familia, se está reeducando. Pero no se
le da tan fácil el perdón, después de años que cumpla otras condiciones, un
día, con una fiesta quizá religiosa, se le reincorporará plenamente a la
comunidad.
El perdón tiene condición. ¿Cómo
voy a perdonar si no se ha cumplido ninguna condición? La condición sería que
toda esta situación cambie. Pero el cambio significa un proyecto económico
distinto. El mismo grupo moral, bello, que se genera entre las víctimas tendría
que tener un proyecto económico, y no lo tiene. Este movimiento está
comenzando, éticamente, a despertar una conciencia. Yo digo “muy bien”, pero
falta mucho.
¿Cómo entiende la Filosofía de la Liberación los conceptos de
“autonomía” o “autogestión” reivindicados por las comunidades urbanas o
campesinas, ya no sólo en Argentina sino en otros países latinoamericanos como
Bolivia, Ecuador, Chile, México?
Los anarquistas dicen “hay que
cambiar el ejercicio del poder, pero todo estado es burgués, entonces no hay
que tener estado”. Yo digo con Samir Amin y muchos otros: el estado es la macro
institución política y hay distintos tipos: hubo un estado esclavista egipcio,
uno helenista, uno romano y hay el estado burgués. Pero podemos crear un estado
en favor del pueblo, una nueva institución que responda a otros fines.
La posición que dice “necesitamos
cambiar la subjetividad, luchar desde lo social y no esperar demasiado del
estado ni de las instituciones, las cosas se cambian de otra manera” cree que
las instituciones de la representación por naturaleza son burguesas y no se
puede contar con ellas. Yo diría que tiene algo de muy positivo, pero hay un
problema: un cierto espontaneísmo ingenuo. Porque ¿cómo voy a cambiar la
sociedad, si no es a través de instituciones que la propia sociedad creó para
poder vivir en consenso? No es que sea institucionalista, soy realista. La
política exige la representación basada en la participación, pero la
participación tiene que ser institucionalizada para que no se diluya en la
ingenuidad.
¿Es posible alcanzar la liberación por medios apegados exclusivamente
al derecho y a través de las instituciones, puede alguna vez la democracia
liberal significar la liberación de los pueblos oprimidos en Latinoamérica?
Yo al neoliberalismo no le
concedo ni el primer paso. Cuando dice “hay individuos libres”, digo: no hay
individuos, hay comunidades y nunca son libres sino institucionalizadas, y no
es un contrato lo que le da la socialidad sino siempre es a priori. Ahora, lo
normal, sería el estado de derecho pero, en América Latina, nunca se ha dado.
El estado de excepción es cuando ponemos al estado de derecho en problemas y el
estado de rebelión es cuando la gente sale a las calles y deja al estado de
excepción en el aire, es como con De la Rúa, en Buenos Aires. Propuso estado de
excepción y todos salieron y lo destituyeron. Ese es un estado de rebelión en
el que se pone de manifiesto que el pueblo es la fuente del poder. El grito
“¡que se vayan todos!” no es una expresión empírica, sino un grito de alerta
que recuerda a las instituciones que el pueblo es su fundamento. El estado de
rebelión, sin organización ni institucionalización, cae en el espontaneísmo de
nuevo. Tiene que surgir de la participación organizada y la representación
reconstruirá y no recauchutará; no va a hacer un legalismo mejor, sino un
sistema político que no sea nada igual y que tenga una representación
auténtica, no la liberal, que es ficticia.
“No puede entenderse la historia de las liberaciones en Latinoamérica,
sin la participación de la teología de la participación”, sostuvo Michael Löwy
en la UNAM. ¿Cómo podría explicar Dussel esta relación entre teología y
liberación que hunde sus raíces en la historia latinoamericana?
Bueno, decir que “no se pueden
entender los grandes movimientos políticos actuales sin la teología de la
liberación” me parece demasiado. La teología de la liberación es la expresión
colectiva de una experiencia popular, parte del hecho de que gente muy simple a
nivel pueblo, que nunca había tomado la palabra, se reúne y discute temas que
fueron religiosos. Como cuando los cristianos se reunían en las catacumbas. Los
soldados romanos iban al cementerio, pero no intervenían porque era lo sagrado
de los muertos. Hablaban en un lenguaje apocalíptico, hablaban de la bestia,
del 666, y entonces si alguien era una oreja del sistema decía “esta gente está
hablando de cosas que no se comprenden, no tienen nada que ver con el imperio,
así que dejémoslos”.
Míguez Bonino decía que “la
comunidad de base es lugar para hacer pueblo”, porque hablando de temas
religiosos decían: “el faraón son los militares y los esclavos somos nosotros”.
Entonces la gente empezaba a descubrir la realidad y se alertaba políticamente
con un lenguaje simbólico. Eso no lo hizo el partido comunista nunca, nunca
tuvo comunidades de base en el campo, entre indígenas, entre campesinos
analfabetos y entre marginales. El asunto fue hacer hablar a aquellos que nunca
habían hablado. Esta teología parte de un gran respeto al pueblo, cree en el
imaginario popular, en América Latina y surge en un diálogo con un cristianismo
profético mesiánico y con un análisis duro de la economía a partir de Marx,
sabe lo que es el plusvalor y el capital, y sabe que eso es pecado.
Permítame leer una cita de Gustav Landauer: “O viene pronto sobre
nosotros el espíritu, que no se llama revolución sino regeneración, o tendremos
que sumergirnos una vez más (…) en la revolución. Porque tal es el destino de
ésta en nuestros siglos de transición: ser para los hombres como una inmersión
en el espíritu. En el fuego, el arrebato y la fraternidad de estos movimientos
agresivos, despierta siempre (…) la imagen y el sentimiento de la unión
positiva mediante la cualidad mancomunandora, mediante el amor, que es fuerza;
sin esta regeneración transitoria no podríamos continuar viviendo y habríamos
de sucumbir”. ¿Qué le respondería a Landauer?
Que de eso es de lo que estamos
continuamente hablando, lo mismo que regeneración o revolución se da aquí. La
revolución es la explosión de la fuerza de un pueblo, como la erupción de un
volcán. Es la erupción de la potencia del que descubre su propio derecho y está
decidido a que el derecho de esa comunidad sea defendido; es magnánimo, nunca
vengativo. Ese sí que sabe perdonar, porque apenas logra invertir la situación
de que el dominado deja de estar dominado, se olvida de quién es el dominador.
Los sandinistas no mataron a Somoza en Paraguay, en Paraguay Somoza ya no era
Somoza; simplemente lo ignoraron, ya no tenía más significación. Yo diría que
esta eclosión del tiempo-ahora que es el cambio histórico, eso es la revolución
y, al mismo tiempo, es la regeneración, es justamente el acto de liberación.
Liberación es el momento en que el esclavo deja de serlo. Estaba en la mina
trabajando como un esclavo, no veía la luz del sol y un día alguien pagó un
dinero, que era el rescate en redención y dice “señor usted es libre”. Imagina
la alegría que tuvo que haber producido en un esclavo, salir de la boca de la
mina y decir “ahora soy libre”. Es una regeneración completa, es un nuevo
mundo. Este acto es la revolución y al mismo tiempo es la regeneración,
entonces es el espíritu, porque en la resurrección le da nueva vida a un pueblo.
FUENTE: www.filosofía.mx
domingo, 11 de septiembre de 2011
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